lunes, 2 de marzo de 2015

19. LOS VIEJOS ME ODIAN

Así es. Creo que mi semblante, mi carácter o mis palabras inducen a que la gente de la tercera edad me odie. No se me ocurre nada más gráfico que un ejemplo para poder explicar porque hago tal afirmación en el título de la entrada.

El sábado estaba en la cola del supermercado. Había comprado una pizza, yogures, jabón, galletas, manzanas y queso. Detrás mío vino una adorable viejecita con su amado esposo. Llevaban más de medio carrito de la compra lleno. Tras unos minutos de cuchichear entre ellos la adorable viejecita me preguntó:
          -Oiga joven, podría usted dejarnos pasar delante? Es que tenemos mucha prisa.
Yo miré a ambos y luego a la cantidad de artículos que llevaban antes de contestar:
          -Lo siento, yo también tengo prisa, además, llevo muy pocas cosas.

Lo que salió de la boca de la adorable anciana y su marido fue indescriptible. Desde insensible hasta maleducado pasando por sinvergüenza y malnacido. Además hablaban en voz alta para que todo el mundo se enterase. Llegó un momento en que, como iba sin niños y en las colas no había ninguno, le contesté de forma irrespetuosa:
          -Escuche, si quiere ir más rápido pida que le abran una caja para usted, pero a mí déjeme en paz.

La respuesta fue inmediata. Su marido empezó a chillar y, sacando un teléfono móvil de los noventa, amenazó con llamar a la policía y denunciarme por acoso.
Tuvo que intervenir una de las cajeras que les abrió una caja para que cesasen de armar escándalo. Resultado: aquel par de seres despreciables se salieron con la suya.


Otro ejemplo. Hace unos días aparqué mi vehículo en batería en un parking subterráneo. Al cabo de unos segundos de haber parado mi coche apareció un entrañable abuelo acompañado de su adorable esposa. Aparcaron a mi lado. La adorable anciana abrió su puerta con tal fuerza hacia la mía que hasta se movió el coche. Miré la zona del impacto y había una colosal abolladura.
          -Disculpe, pero me ha hundido usted la puerta y ha saltado hasta la pintura... -Dije.
Al segundo salió el marido increpando:
         -Oiga no grite usted a mi mujer! Qué le pasa? Es que no tiene educación?
         -No, es sólo que su mujer me ha chafado la puerta.
El anciano de volvió de color rojo y caminando hacia mi coche dijo:
         -Yo si que te voy a chafar el coche! -Y empezó a dar puntapiés contra mi parachoques.
Al verlo corrí hacia él y le dí un empujón y casi lo tiro al suelo, éste reaccionó intentando pegarme y su mujer le ayudó. 
Un par de hombres que pasaban por allí corrieron hacia nosotros y me agarraron a mí haciéndome caer y amenazándome de llamar a la policía. 
          -¿Les ha hecho daño? -Les dijo a los ancianos uno de ellos mientras el otro me retenía.
El maldito abuelo cambió su semblante de ira y rabia por el de "soy un pobre anciano inofensivo" y dijo:
          -Suerte que han llegado ustedes, este chico se ha vuelto loco. Quería pegar a mi mujer y no se porqué.
De nada servían mis explicaciones, aquel par de imbéciles con complejo de samaritano tenían en su ADN que los ancianos son seres entrañables e indefensos a los que hay que proteger. Por suerte conseguí canalizar mi ira y mi indignación para no hacer una estupidez y supliqué a los presentes que no llamaran a nadie.

Como pueden ver mi situación es, como poco, singular. Y es que yo, personalmente, nunca he sentido simpatía por los ancianos. Pero desde hace unos años intento esquivarlos como sea, ya que, según parece, llevo pegada en la cara una diana para ancianos. No quiero meter a todos en el mismo cesto, pero parece que todos los cabrones vienen a mí.

Mi consuelo es que en unos años yo también seré un anciano y entonces que se prepare todo el mundo! porque, en el fondo, seré un viejecito indefenso... pero hijo de puta.